DAR BUEN
CONSEJO AL QUE LO NECESITA
La tradición bíblica pone de relieve la importancia del
consejo: “El consejo del sabio es como una fuente de vida” (Prov
11,14). Pero, ¿dónde está el criterio para un buen consejo? “Atiende el
consejo de tu corazón, porque nadie te será más fiel. Pues la propia conciencia
suele avisar mejor que siete centinelas apostados en una torre de vigilancia.
Pero, sobre todo, suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Eclo
37,13-15).
Si miramos el momento presente podemos decir que quizá lo
más urgente es aconsejar provocando interrogantes, particularmente, cuando está
en juego el sentido de la vida y el futuro, con “las preguntas de fondo que
caracterizan el recorrido de la existencia humana. “¿Quién soy?, ¿de
dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta
vida?” (Juan Pablo II, Fides et ratio, 1).
Ya sabéis que la palabra Misa viene del final de la Misa
en latín, donde el sacerdote dice a la gente: Ite Missa est.
Missa, como misión, misionero, emisario significa envío.
Por eso se ha traducido como “Podéis ir en paz”. Que no es “ya os dejo
tranquilos” sino más bien “con la paz que hay en vuestro corazón id a
contárselo a todo el mundo…” Es un envío.
El primero en ser enviado fue Cristo, como Él mismo
reconoció al leer en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia”.
Este ser enviado implica no centrarnos en mis
preocupaciones o problemas, fijarme en los demás, tratar de ayudarles. Cristo
salió del cielo, donde estaba tan a gusto, para complicarse la vida viniendo a
anunciarnos el Evangelio, a ayudarnos, a hablarnos de Dios.
Por eso este pasaje tiene mucho que ver con la segunda de
las obras de misericordia espirituales: Dar buen consejo al que lo necesita.
Toda su vida tiene ese sentido: Ser una ayuda para
nosotros que con tanta frecuencia andamos despistados, perdemos la perspectiva,
equivocamos el camino.
La Iglesia también se complica la vida practicando esa
obra de Misericordia, sobretodo en la confesión y especialmente en la dirección
espiritual. Ahí cada uno de nosotros, porque lo necesitamos, encontramos el
consejo adecuado, el consejo de un sacerdote que te conoce, que no habla en
nombre propio sino en nombre de Dios, que no te pretende imponer sus opiniones
sino ayudarte a reconocer la voluntad de Dios, que no tienen otro interés sino
el de que seas santo.
Cuando uno se deja aconsejar está también en condiciones
de aconsejar a los demás. Como a Cristo también nosotros hemos sido ungidos y
enviados. Fuimos ungidos el día de nuestro bautismo y después en la
confirmación y somos enviados en cada Misa para, igual que el Señor, dar la
Buena Noticia a los pobres para anunciar a los cautivos la libertad, y a los
ciegos, la vista para, por así decir, complicarnos la vida.
Sin embargo no resulta nada sencillo practicar esta obra
de misericordia. En primer lugar porque nos movemos en un ambiente donde la
soberbia campa a sus anchas y nadie se deja aconsejar, vamos “de sobrados” por
la vida como si nunca hiciéramos nada malo, como si no necesitáramos la ayuda
de nadie. Nos han convencido de que tenemos que ser autosuficientes, autónomos,
de que ya somos mayorcitos y que por eso “nadie me tiene que decir lo que tengo
que hacer”.
La otra cara de la moneda es el individualismo. Desde esa
perspectiva, claro, nadie quiere aconsejar a nadie. Se dice que no debemos
meternos en lo que nos importa,
inmiscuirnos en la vida de los demás, que cada uno es libre para hacer lo que
quiera. Dicho de otra manera: Se renuncia a ayudar, de verdad, a los demás en
aras de un falso pudor o respeto.
Y con todo vivimos junto a otras personas que son hermanos
nuestros, que son nuestro prójimo y a los que debemos ayudar. El Señor nos
envía. Lo haremos con misericordia, y por eso será un consejo que nace de la
preocupación auténtica por el otro, del cariño. No hecha con aires de
superioridad o con deseo de revancha sino por amor. Será un consejo dado con
delicadeza, con respeto a su libertad pero sin miedo a ser rechazado, sin
cobardías sin buscar la propia comodidad.
Vamos a querernos de verdad. Vamos a aprender de Cristo
que fue enviado para dar la Buena Noticia a los pobres para dejarnos aconsejar,
para aconsejar a los otros.