martes, 26 de julio de 2016

Querida Hna.  Berta:
En un día como hoy, pronunciaste un Sí,  alegre y confiado
Hoy después de 25 años, estarás tan feliz como aquel día. 
Todas tus Hermanas de esta tu Delegación  nos unimos a ti para agradecerle al Dueño de la mies rol haberte  llamado a seguirle y servirle.
Gracias por tu Sí que vuelves a pronunciar, que el Señor te bendiga hoy y siempre,  lo pedimos por intercesión de Santa Ana Madre y Maestra.
Un saludo a todas las Hermanas que hoy se consagran al Señor y a quien celebra su renovación perpetua. 
Recibe  un abrazo y un saludo de cada una de nosotras. 
Unidas en oración.

miércoles, 13 de julio de 2016

     DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA


La tradición bíblica pone de relieve la importancia del consejo: “El consejo del sabio es como una fuente de vida” (Prov 11,14). Pero, ¿dónde está el criterio para un buen consejo? “Atiende el consejo de tu corazón, porque nadie te será más fiel. Pues la propia conciencia suele avisar mejor que siete centinelas apostados en una torre de vigilancia. Pero, sobre todo, suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Eclo 37,13-15).
Si miramos el momento presente podemos decir que quizá lo más urgente es aconsejar provocando interrogantes, particularmente, cuando está en juego el sentido de la vida y el futuro, con “las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana. “¿Quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida?” (Juan Pablo II, Fides et ratio, 1).
Ya sabéis que la palabra Misa viene del final de la Misa en latín, donde el sacerdote dice a la gente: Ite Missa est.
Missa, como misión, misionero, emisario significa envío. Por eso se ha traducido como “Podéis ir en paz”. Que no es “ya os dejo tranquilos” sino más bien “con la paz que hay en vuestro corazón id a contárselo a todo el mundo…” Es un envío.
El primero en ser enviado fue Cristo, como Él mismo reconoció al leer en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia”.
Este ser enviado implica no centrarnos en mis preocupaciones o problemas, fijarme en los demás, tratar de ayudarles. Cristo salió del cielo, donde estaba tan a gusto, para complicarse la vida viniendo a anunciarnos el Evangelio, a ayudarnos, a hablarnos de Dios.
Por eso este pasaje tiene mucho que ver con la segunda de las obras de misericordia espirituales: Dar buen consejo al que lo necesita.
Toda su vida tiene ese sentido: Ser una ayuda para nosotros que con tanta frecuencia andamos despistados, perdemos la perspectiva, equivocamos el camino. 
La Iglesia también se complica la vida practicando esa obra de Misericordia, sobretodo en la confesión y especialmente en la dirección espiritual. Ahí cada uno de nosotros, porque lo necesitamos, encontramos el consejo adecuado, el consejo de un sacerdote que te conoce, que no habla en nombre propio sino en nombre de Dios, que no te pretende imponer sus opiniones sino ayudarte a reconocer la voluntad de Dios, que no tienen otro interés sino el de que seas santo. 
Cuando uno se deja aconsejar está también en condiciones de aconsejar a los demás. Como a Cristo también nosotros hemos sido ungidos y enviados. Fuimos ungidos el día de nuestro bautismo y después en la confirmación y somos enviados en cada Misa para, igual que el Señor, dar la Buena Noticia a los pobres para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista para, por así decir, complicarnos la vida.
Sin embargo no resulta nada sencillo practicar esta obra de misericordia. En primer lugar porque nos movemos en un ambiente donde la soberbia campa a sus anchas y nadie se deja aconsejar, vamos “de sobrados” por la vida como si nunca hiciéramos nada malo, como si no necesitáramos la ayuda de nadie. Nos han convencido de que tenemos que ser autosuficientes, autónomos, de que ya somos mayorcitos y que por eso “nadie me tiene que decir lo que tengo que hacer”.
La otra cara de la moneda es el individualismo. Desde esa perspectiva, claro, nadie quiere aconsejar a nadie. Se dice que no debemos meternos en lo que nos  importa, inmiscuirnos en la vida de los demás, que cada uno es libre para hacer lo que quiera. Dicho de otra manera: Se renuncia a ayudar, de verdad, a los demás en aras de un falso pudor o respeto.
Y con todo vivimos junto a otras personas que son hermanos nuestros, que son nuestro prójimo y a los que debemos ayudar. El Señor nos envía. Lo haremos con misericordia, y por eso será un consejo que nace de la preocupación auténtica por el otro, del cariño. No hecha con aires de superioridad o con deseo de revancha sino por amor. Será un consejo dado con delicadeza, con respeto a su libertad pero sin miedo a ser rechazado, sin cobardías sin buscar la propia comodidad. 
Vamos a querernos de verdad. Vamos a aprender de Cristo que fue enviado para dar la Buena Noticia a los pobres para dejarnos aconsejar, para aconsejar a los otros.